viernes, 22 de abril de 2011

Eres todo lo que me hace desvariar.


He sido cursiva en el pasado y me he retado con tantos suspiros como curvas tiene su cuerpo. He sido golpeada una y otra vez por miles de folios y ni un millón de lapiceros ha sido jamás capaz de alzarme. He visto sus ojos perdidos en los raíles deshechos de la vía de ese tren y encontrarlos al minuto en el centro de mi iris, pidiéndome algo que no supe entender. He necesitado tanto a mis tres cuartos de alma que he perdido la oportunidad de venderla al diablo, quién sabe si para mejor o para peor. He sido testigo del amor real, ese que duele desde su frente hasta debajo de mis uñas; ese que se carga y dispara sin piedad a los pulmones, robando el aire cuando él aparece; ese que se sabe el único modo capaz de hacer que una mirada duela, que una sonrisa prescriba entre sus dientes y que un beso en la mejilla quede tatuado para toda la vida; ese que parte en dos al corazón y lo deja abierto ante él, latiendo a cien por hora, dispuesto a desangrarse, a emigrar a su portal o a transplantarse a su bolsillo, siempre cerca de sus dedos. He sido bombeada por su sangre a falta de la mía. He sido alentada, alentada y a la vez tan frenada que terminé por estrellarme contra un recuerdo que dejó en coma a mi garganta, desaprendiendo a pedirle por las noches. He sido exhalada tantas veces que olvidé mi nombre, lo dejé tirado junto a su cama, y al lado de su almohada anclé mi última costilla. He sido mil grietas en sus labios. He sido el blanco y negro de la foto de sus labios. He sido corazón cuando la razón me cerró la puerta tras verme en sus ojos aquel día, ese día en el que él se tornó primavera sempiterna en mis pestañas. Y, sobre todo, he sido disyuntiva. Disyuntiva entre su cuerpo y el mío.

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